Relatos de media noche
En la oscura Sevilla, donde los ecos de los pasos se mezclaban con los suspiros del río Guadalquivir, en un humilde hospital de caridad, tuvo lugar una escena que bien parece arrancada de los evangelios. Allí, en la penumbra de una sala modesta, Santa Isabel de Hungría, rodeada de leprosos y afligidos, desplegaba su manto de misericordia. El aire estaba impregnado del olor de ungüentos y hierbas curativas, mientras la luz tenue de unas velas trazaba sombras sobre los muros, como si las almas de aquellos sufrientes hubieran encontrado allí un rincón de paz. En el centro de la estancia, Santa Isabel, mujer de noble cuna y corazón magnánimo, inclinábase con ternura sobre un hombre, cuya piel desgastada por la enfermedad era reflejo de su abatido espíritu. Sin titubeos, sus delicadas manos, acostumbradas a los adornos y galas de la corte, sostenían con amor el pie llagado de aquel infeliz. Con su toque, no solo sanaba su carne sino también su alma, pues cada gesto era bálsamo de esper...